¿Se le descarga la batería? Consulte
nuestro servicio diurno y nocturno. p.204, tomo I.
(fragmento de la portada, tomo II)
En la página 220 de mi novela 62,
Juan vuelve a París después de varias semanas de ausencia, y apenas se ha
bañado y cambiado de ropa va al garaje y saca su auto para ir a buscar a
Hélene.
El lector que ignore el funcionamiento de
la vida práctica en París pensará que eso no es posible, puesto que la batería
de un auto inmovilizado tanto tiempo se descarga y nadie imagina –especialmente
yo- a un bacán como ese intérprete internacional dándole manija al coche para
que arranque.
Dibujo de Jean- Michel Folon |
La razón es muy simple y sitúa con una clarísima
perspectiva la noción de realidad en cierta narrativa. Muchas cosas pueden
parecer “absurdas” en 62, deliberada o
tácitamente imposibles con arreglo a la óptica usual; pero en un relato que
merezca el nombre de fantástico ese supuesto “absurdo” responde a una
legislación no menos coherente que la de la realidad ordinaria; de ahí que una
transgresión tan frívola como la del auto que arranca sin la batería cargada bastaría
para invalidarlo. El lector sensible a los parámetros y a las
normas subyacentes en toda legítima literatura fantástica sabe que hay una
lógica sui generis que no tolera allí la menor frivolidad
(¡hermoso rigor del homo ludens!), una realidad de lo insólito dentro de la
cual los ascensores pueden desplazarse horizontalmente y las estaciones del
subte sucederse en un orden extracartográfico y las lagunas suburbanas de París
encresparse con sensibles mareas, pero que se anularía insanablemente si
cediera a facilidades como la citada al principio. Y así el lector sensible a
esa lógica sabe, sin necesidad de que se le diga en el texto, que el patrón del
garaje conocía la fecha del regreso de Juan y le tenía el auto listo, o que
Juan, como hacemos en estas latitudes, le telefoneó desde Viena para que le
cargara la batería. Lo fantástico no es nunca absurdo porque su coherencia
intrínseca funciona con el mismo rigor que la de lo cotidiano; de ahí que
cualquier transgresión de su estructura lo precipite en la banalidad y la
extravagancia. Un auto que arranca con la batería descargada entra en lo
maravilloso y no en lo fantástico; el auto de Juan, en todo caso, no se parecía
nada a la carroza de la Cenicienta.
Imágen de Jean-Michel Folon
Julio
Cortázar, Último round (Tomo I), Siglo XXI, Madrid, 2009 (1969), pp. 204-205.
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