Los niños son por naturaleza desagradecidos, cosa comprensible puesto
que no hacen más que imitar a sus amantes padres; así los de ahora vuelven de
la escuela, aprietan un botón y se sientan a ver el teledrama del día, sin
ocurrírseles pensar un solo instante en esa maravilla tecnológica que
representa la televisión. Por eso no será inútil insistir ante los párvulos en
la historia del progreso científico, aprovechando la primera ocasión favorable,
digamos el paso de un estrepitoso avión a reacción, a fin de mostrar a los
jóvenes los admirables resultados del esfuerzo humano.
El empleo del “jet” es una de las mejores pruebas. Cualquiera sabe, aún
sin haber viajado en ellos, lo que representan los aviones modernos: velocidad,
silencio en la cabina, estabilidad, radio de acción.
Pero la ciencia es por antonomasia una búsqueda sin término, y los
“jets” no han tardado en quedar atrás, superados por nuevas y más portentosas
muestras del ingenio humano. Con todos sus adelantos esos aviones tenían
numerosas desventajas, hasta el día que fueron sustituidos por los aviones de
hélice. Esta conquista representó un importante progreso, pues al volar a poca
velocidad y altura el piloto tenía mayores posibilidades de fijar el rumbo y de
efectuar en buenas condiciones de seguridad las maniobras de despegue y
aterrizaje. No obstante, los técnicos siguieron trabajando en busca de nuevos
medios de comunicación aún más aventajados, y así dieron a conocer con breve
intervalo dos descubrimientos capitales: nos referimos a los barcos de vapor y
al ferrocarril. Por primera vez, y gracias a ellos, se logró la conquista
extraordinaria de viajar al nivel del suelo, con el inapreciable margen de seguridad
que ello representaba.
Sigamos paralelamente la evolución de estas técnicas, comenzando por la
navegación marítima. El peligro de incendios, tan frecuente en alta mar, incitó
a los ingenieros a encontrar un sistema más seguro: así fueron naciendo la
navegación a vela y más tarde (aunque la cronología no es segura) el remo como
el medio más aventajado para propulsar las naves.
Este progreso era considerable, pero los naufragios se repetían de
tiempo en tiempo por razones diversas, hasta que los adelantos técnicos
proporcionaron un método seguro y perfeccionado para desplazarse en el agua.
Nos referimos por supuesto a la natación, más allá de la cual no parece haber
progreso posible, aunque desde luego la ciencia es pródiga en sorpresas.
Por lo que toca a los ferrocarriles, su ventajas eran notorias con
relación a los aviones, pero a su turno fueron superados por las diligencias,
vehículos que no contaminaban el aire con el humo del petróleo o el carbón, y
que permitían admirar las bellezas del paisaje y el vigor de los caballos de
tiro. La bicicleta, medio de transporte altamente científico, se sitúa
históricamente entre la diligencia y el ferrocarril, sin que pueda definirse
exactamente el momento de su aparición. Se sabe en cambio, y ello constituye el
último eslabón del progreso, que la incomodidad innegable de las diligencias
aguzó el ingenio humano a tal punto que no tardó en inventarse un medio de
transporte incomparable, el de andar a pie. Peatones y nadadores constituyen
así el coronamiento de la pirámide científica, como cabe comprobar en cualquier
playa cuando se ve a los paseantes del malecón que a su vez observan
complacidos las evoluciones de los bañistas. Quizás sea por eso que hay tanta
gente en las playas, puesto que los progresos de la técnica, aunque ignorados
por muchos niños, terminan siendo aclamados por la humanidad entera, sobre todo
en la época de vacaciones pagadas.
Julio Cortázar, Último round (Tomo I), Siglo XXI, Madrid, 2009 (1969), pp. 83-87.
Julio Cortázar, Último round (Tomo I), Siglo XXI, Madrid, 2009 (1969), pp. 83-87.
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