A Toby le gusta ver pasar a
la muchacha rubia por el patio. Levanta la cabeza y remueve un poco la cola,
pero después se queda muy quieto, siguiendo con los ojos la fina sombra que a
su vez va siguiendo a la muchacha rubia por las baldosas del patio. En la habitación
hace fresco, y Toby detesta el sol de la siesta; ni siquiera le gusta que la
gente ande levantada a esa hora, y la única excepción es la muchacha rubia.
Para Toby la muchacha rubia puede hacer lo que se le antoje. Remueve otra vez
la cola, satisfecho de haberla visto, y suspira. Es simplemente feliz, la
muchacha rubia ha pasado por el patio, él la ha visto un instante, ha seguido
con sus grandes ojos avellana la sombra en las baldosas. Tal vez la muchacha
rubia vuelva a pasar. Toby suspira de nuevo, sacude un momento la cabeza como
para espantar una mosca, mete el pincel en el tarro, y sigue aplicando la cola
a la madera terciada.
Julio
Cortázar, Último round (Tomo I), Siglo XXI, Madrid, 2009 (1969), pp. 42.
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