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Dibujo de Antonio Seguí |
Este texto escrito para
MARCHA, de Montevideo, se refiere a las jornadas de mayo de 1968 en París y a
la ocupación de la casa de la Argentina en la Ciudad Universitaria por un grupo
de compatriotas
Nadie les ha enseñado a hacer lo que estan
haciendo; nadie le enseña al árbol la forma de dar sus hojas y sus frutos. No
se han dejado utilizar, como tantas veces en otros tiempos, a manera de cabezas
de puente o pavos de la boda; hoy están solos frente a una realidad
resquebrajada, son una inmensa muchedumbre que no acepta ya reajustarse para
ingresar ventajosamente en ese mundo que se da a llamar moderno, que no acepta
que ese mundo los recupere con la hipócrita reconciliación paternal frente a
los hijos pródigos. Algo como una fuente de pura vida, algo como un inmenso
amor enfurecido se ha alzado por encima de los inconformismos a medias, a la
torre de mando de las tecnocracias, en la fría sobervia de los planes
históricos, de las dialécticas esclerosadas. No es el momento de explicar o de
calificar esta rebelión contra todos los esquemas prefijados; su sola
existencia, aquí y en tantos otros países del mundo, la forma incontenible en
que se manifiestan, bastan y sobren como prueba de su validez y su verdad. Nada
piden los estudiantes que no sea de alguna manera una nueva definición del
hombre y la sociedad; y lo piden en la única forma en que es posible pedirlo en
este momento, sin reivindicaciones parciales, sin nuevos esquemas que pretendan
sustituír a los vigentes. Lo piden con una entrega total de su persona, con el
gesto elemental e incuestionable de salir a la calle y gritar contra la
maquinaria aplastante de un orden desvitalizado y anacrónico. Los estudiantes
están haciendo el amor con el único mundo que aman y que los ama; su rebelión
es el brazo primordial, el encuentro en lo más alto de las pulsiones vitales.
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Dibujo de Antonio Seguí |
En el pabellón de la Argentina, ¿Como no iba a
manifestarse ese salto hacia una realidad auténtica cuando bajo su techo se
venía reiterando la injusticia, la discriminación, la estafa moral que no era
más que el reflejo de lo que sucede allá en la patria, allá en los países de
América Latina? Tomar esa residencia ha significado para los estudiantes entrar
escoba en mano en una casa sucia para limpierle el polvo de mucha ingominia, de
mucha hipocresía. Pero en el fondo esto es sólo un episodio dentro de un
contexto infinitamente más rico, que no se engañen los que quieran ver en ese
gesto una mera oposición política en el plano nacional. Detrás de la ocupación
de lo que es propio hay una conciencia que va mucho más allá de perímetro de
una residencia universitaria; simbólicamente, poéticamente, estos muchachos han
tomado a la Argentina entera para devolverla a su verdad tanto tiempo falseada;
y decir eso es decir también América Latina, es sentir a través de este impulso
y esta definición toda la angustia de un continente traicionado desde dentro y
desde fuera. Cómo no corprender, entonces, el sentido más profundo que tiene
hoy aquí, entre nosotros, la evocación del ejemplo vivo del Che, como no
comprender que lo sintamos tan cerca de los jóvenes que se baten en la calles y
dialogan en los anfiteatros. Pero esto no es un homenaje labial; no hemos de
recaer una vez más en los esquemas del respeto solemne, de las conmemoraciones
a base de palmas y oratoria. Para el Che sólo podía y sólo puede haber un
homenaje; el de alzarse como lo hizo él contra la alienación del hombre, contra
su colonización física y moral. Todos los estudiantes del mundo que luchan en
este mismo momentoson de alguna manera el Che. No siempre hacen falta cirujanos
para transplantar un corazón en otro cuerpo; el suyo está latiendo en cada
estudiante que libra este combate por una vida más digna y hermosa.
Julio
Cortázar, Último round (Tomo I), Siglo XXI, Madrid, 2009 (1969), pp. 194-197.
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