domingo, 27 de noviembre de 2011

Mal de muchos ...

A lo mejor a usted le sirve de consuelo enterarse concretamente de que los argentinos o los bolivianos no somos  los únicos (con otros veinte o treinta países y paisitos del tercer mundo) que padecemos la ingerencia norteamericana en nuestra así  llamada soberanía. Desde luego si ese mal de muchos le sirve de consuelo, no tengo nada más que decirle o a lo sumo regalarle un babero; pero como tiendo a esperar que le suceda precisamente lo contrario, aquí va sin comentarios un texto firmado por Michel Bosquet, publicado en Le Nouvel Observateur, de París, a fines 

de julio de 1968, y confirmado luego por noticias de Le Monde, también de París.

El caso Clayson es el ejemplo típico de los riesgos que para un país en apariencia independiente representa la ingerencia norteamericana en una de sus industrias. El ejemplo es tan perfecto que resulta casi desconocido. Y con razón: la revista belga Le Point, cuyo número de julio debía incluir un artículo sobre el caso Clayson, no pudo ser impresa. Los hechos son los siguientes.
 La sociedad anónima Clayson, fundada a comienzos de siglo por el belga Claeys, emplea a 2,700 obreros en su fábrica de Zedelgem, cerca de Brujas. Sus cosechadoras-trilladoras polivalentes, capaces de recoger indistintamente trigo, maíz, arroz, soya, sorgo y girasol, no tienen equivalente en todo el mundo. Se las exporta a 62 países, especialmente a Francia que es el principal cliente europeo de la sociedad belga.
Así, cuando el gobierno de Cuba consultó a técnicos franceses, agrónomos e ingenieros de puentes y caminos, miembros de las misiones Berliet (camiones), Richard- Continental y Richier (tractores pesados y bulldozers), que se encontraban en Cuba, sobre el tipo de cosechadora más adecuado para la agricultura cubana, los franceses aconsejaron las máquinas Clayson.

El acuerdo quedó rápidamente concluido: Cuba hizo a la Clayson un pedido por valor de más de 125 millones de francos belgas, pagaderos a razón de un 10% al formalizar el pedido, 20% contra entrega, y 70% posteriormente. El gobierno belga se congratulaba de la conclusión del negocio, el cual no suscitó ninguna objeción por parte del consejo administrativo de la firma, que desde 1964 comprende a tres norteamericanos, representantes de la Sperry Rand Corporation, sobre un total de cinco miembros.
Este trust norteamericano que fabrica computadoras (Univac), máquinas de oficina (Remington), material agrícola (New Holland), y sobre todo, equipos para la aviación y la marina de guerra de los Estados Unidos, había comprado el 8 de mayo de 1964 la mayoría de las acciones de la Clayson (65%). La importancia de los suministros militares en las ganancias de la Sperry Rand la volvía particularmente vulnerable a cualquier presión del gobierno norteamericano. Y las presiones no tardaron en manifestarse: el Departamento de Estado vetó el negocio de que hablamos. 

Como la Clayson es jurídicamente una sociedad belga, el gobierno de este país  protestó vigorosamente contra la ingerencia del gobierno de los Estados Unidos.  El contrato con Cuba se convirtió en una cuestión de Estado. Los belgas hacían notar que la Clayson no figuraba en la lista de los proveedores a lo que pueden comprar los países subdesarrollados con créditos del Banco Internacional. Este último, en efecto, sólo financia la compra de productos y de material norteamericanos. Sin embargo, para el Departamento de Estado la Clayson es una empresa norteamericana.

Los belgas perdían la partida en todos los terrenos, sin alcanzar a ver en qué sentido la mecanización de la agricultura cubana podía poner en peligro la seguridad de Estados Unidos.
Inflexible, el gobierno norteamericano, en la persona de Mr. Katzenbach, consejero del presidente Johnson, mantuvo su veto. Los belgas se vieron incluso amenazados con la supresión de las inversiones norteamericanas en el país en caso de que siguieran oponiéndose.

Tal es el asunto que evocaba uno de los artículos de Le Point, ya enteramente compuesto y a punto de ser impreso. Desgraciadamente, la Clayson es uno de los clientes más importantes de la imprenta, cuyo propietario se atemorizó. Parece, además, según lo ha dicho el director de Le Point en una carta a los suscriptores, que ese temor nació de una llamada telefónica de la firma Clayson, según la cual sería conveniente que no se volviera a hablar del asunto de las cosechadoras…"
Usted verá, ahora, si el mal de muchos lo consuela de algo en su modesto país centro o sudamericano, tan poquita cosa al lado del floreciente reino de Balduino y de Fabiola. 


Julio Cortázar, Último round (Tomo I), Siglo XXI, Madrid, 2009 (1969), pp. 56-58.


No hay comentarios:

Publicar un comentario