domingo, 13 de noviembre de 2011

Estado de las batería

AUTOS
¿Se le descarga la batería? Consulte
nuestro servicio diurno y nocturno. p.204, tomo I.
(fragmento de la portada, tomo II)

En la página 220 de mi novela 62, Juan vuelve a París después de varias semanas de ausencia, y apenas se ha bañado y cambiado de ropa va al garaje y saca su auto para ir a buscar a Hélene.
El lector que ignore el funcionamiento de la vida práctica en París pensará que eso no es posible, puesto que la batería de un auto inmovilizado tanto tiempo se descarga y nadie imagina –especialmente yo- a un bacán como ese intérprete internacional dándole manija al coche para que arranque.
Dibujo de Jean- Michel Folon
El mismo lector, sin embargo, ha encontrado tantas irrealidades en el libro, que incluso si repara en ese detalle técnico puede sentirse tentado de incluirlo en la cuenta de todo lo precedente; si es así, debería dedicarse a leer otro tipo de literatura porque en éste no congenia. 
La razón es muy simple y sitúa con una clarísima perspectiva la noción de realidad en cierta narrativa. Muchas cosas pueden parecer “absurdas” en 62, deliberada o tácitamente imposibles con arreglo a la óptica usual; pero en un relato que merezca el nombre de fantástico ese supuesto “absurdo” responde a una legislación no menos coherente que la de la realidad ordinaria; de ahí que una transgresión tan frívola como la del auto que  arranca sin la batería cargada bastaría para invalidarlo. El lector sensible a los parámetros y a las normas subyacentes en toda legítima literatura fantástica sabe que hay una lógica sui generis que no tolera allí la menor frivolidad (¡hermoso rigor del homo ludens!), una realidad de lo insólito dentro de la cual los ascensores pueden desplazarse horizontalmente y las estaciones del subte sucederse en un orden extracartográfico y las lagunas suburbanas de París encresparse con sensibles mareas, pero que se anularía insanablemente si cediera a facilidades como la citada al principio. Y así el lector sensible a esa lógica sabe, sin necesidad de que se le diga en el texto, que el patrón del garaje conocía la fecha del regreso de Juan y le tenía el auto listo, o que Juan, como hacemos en estas latitudes, le telefoneó desde Viena para que le cargara la batería. Lo fantástico no es nunca absurdo porque su coherencia intrínseca funciona con el mismo rigor que la de lo cotidiano; de ahí que cualquier transgresión de su estructura lo precipite en la banalidad y la extravagancia. Un auto que arranca con la batería descargada entra en lo maravilloso y no en lo fantástico; el auto de Juan, en todo caso, no se parecía nada a la carroza de la Cenicienta.

Imágen de Jean-Michel Folon




Julio Cortázar, Último round (Tomo I), Siglo XXI, Madrid, 2009 (1969), pp. 204-205.

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