viernes, 18 de noviembre de 2011

Para una espeleología a domicilio

Los ritos de pasaje de la raza parecen oscilar monótonamente de la historia a la videncia, de las prestigiosas puertas del pasado a las inciertas del futuro. Los personajes de una novela de James Ballard, favorecidos por un mundo en revuelta entropía, tienden a organizar sus sueños en procura de una verdad primordial, y descienden oníricamente hacia los orígenes, desandando el itinerario de la especie hasta volver a descubrir en sus visiones las selvas de helechos, el primer sol cargado de polen vital, el inútil punto de partida; historiadores perfectos de sí mismos, se lanzan ebrios de pasado en busca del sol de mediodía, van cayendo en un despertar de catástrofe donde los espera una muerte irrisoria. De alguna manera esa aberración me parece un símbolo del hombre contemporáneo, vidente de la historia o historiador de la videncia, empecinado en creer que las puertas (de cuerno) se abren a su espalda o lo esperan (de marfil) en el horizonte. He llegado a convencerme de que esas puertas están pintadas en una muralla de humo y de papel. Hablo ahora de otro pasaje que se deja adivinar through a glass, darkly. Con la más convencional de las sonrisas, Barba Azul ordena: "Jamás abras esa puerta", y la pobre muchacha que algunos llaman Anima no cumplirá el destino que la heroína de la leyenda le proponía con un oscuro signo de complicidad. No solamente no abrirá la puerta sino que sus mecanismos de defensa llegarán a ser tan perfectos que Anima no verá la puerta, la tendrá al alcance del deseo y seguirá buscando el paso con un libro en la mano y una bola de cristal en la otra. ¿No quieres la verdadera llave, Anima? En Judas ha podido verse la máquina necesaria para que la redención teológica cuajara en su espantoso precio de maderas cruzadas y de sangre; Barba Azul, esa otra versión de Judas, sugiere que la desobediencia puede operar la redención aquí y ahora, en este mundo sin dioses. A la luz de figuras arquetípicas toda prohibición es un claro consejo: abre la puerta, ábrela ahora mismo. La puerta está bajo tus párpados, no es historia ni profecía. Pero hay que llegar a verla, y para verla propongo soñar puesto que soñar es un presente desplazado y emplazado por una operación exclusivamente humana, una saturación de presente, un trozo de ámbar gris flotando en el devenir y a la vez aislándose de él en la medida en que el soñante está en su presente, que concita fuera de todo tiempo y espacio kantianos las desconcertadas potencias de su ser. En ese presente para el que Anima no sabe todavía usar sus fuerzas liberadas, en esa pura vivencia donde el soñante y su sueño no están distanciados por categorías del entendimiento, donde todo hombre es a la vez su sueño, estar soñando y ser lo que sueña, la puerta espera al alcance de la mano. No hay más que abrirla ("Jamás abras esa puerta" dio Barba Azul) y la manera es esta: hay que aprender a despertar dentro del sueño, imponer la voluntad a esa realidad onírica de la que hasta ahora sólo se es pasivamente autor, actor y espectador. Quien llegue a despertar a la libertad dentro de su sueño habrá franqueado la puerta y accedido a un plano que será por fin un novum organum. Vertiginosas secuelas se abren aquí al individuo y a la raza: la de volver de la vigilia onírica a la vigilia cotidiana con una sola flor entre los dedos, tendido el puente de la conciliación entre la noche y el día, rota la torpe máquina binaria que separaba a Hipnos de Eros. O más hermosamente, aprender a dormirse en el corazón del primer sueño para llegar a entrar en un segundo, y no sólo eso: llegar a despertar dentro del segundo sueño y abrir así otra puerta, y volver a soñar y despertarse dentro del tercer sueño, y volver a soñar y a despertar, como hacen las muñecas rusas. "Jamás abras esa puerta" dice Barba Azul. ¿Qué harás tú, animula vagula blandula? 


Julio Cortázar, Último round (Tomo I), Siglo XXI, Madrid, 2009 (1969), pp. 170-172.

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