jueves, 1 de diciembre de 2011

Se dibuja una estrellita

Se dibuja, así, una estrellita en lo alto de la página, y el campo operatorio queda claramente demarcado. La mano que empuña el bisturí desciende hacia una carne todavía virgen, la blanca piel que va a hendir mientras el cirujano escucha como desde muy lejos la profunda respiración del tiempo amarrado, anestesiado. ¿Pero quién duerme, quién escucha? Se entra ya en la trampa de otro dormir en el que se sueña que nos despertamos para empezar a escribir. Los verdaderos eslabones están como siempre en otra parte, de nada vale prever la danza porque todo se trunca, el bailarín es bailado, lo de abajo toma el lugar de lo de arriba y lo mima. Las cosas estaban tan bien calculadas, las dosis exactas, la luz precisa, el pentotal tulminante, la estrellita que habíamos dibujado en lo alto de la página. Nada había sido omitido para que esta blanca epidermis inviolada franquease el umbral de la iniciación entre balbuceos, rubores, efímeros rechazos. El sacerdote estaba ahí, ordenando los ritos. Todavía sigue inclinado sobre la víctima, multiplicando rabioso las incisiones oaralelas. ¿Pero quién cumple realmente la tarea? ¿No hay nadie que le diga que también él está amarrado por las bandas de la oscura momia, por la sangre podrida de la raza que se obstina en destilar palabras que él escribe bajo la esplendorosa ilusión de la libertad?




Julio Cortázar, Último round (Tomo II), Siglo XXI, Madrid, 2009 (1969), pp. 17-18.

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